Portaaviones "fantasma" en la Segunda Guerra Mundial - Historias de la Historia

Portaaviones “fantasma” en la Segunda Guerra Mundial – Historias de la Historia

La Segunda Guerra Mundial demostró la importancia estratégica de los portaaviones como plataformas aéreas móviles que podían cambiar el curso de las batallas y proyectar poder naval a gran escala. Su capacidad para desplegar aviones a largas distancias revolucionó los conflictos marítimos, desplazando a los acorazados como el centro del poder marítimo. Asimismo, en el Atlántico, demostraron ser una de las armas más eficaces contra los submarinos alemanes, enviando aviones a la superficie para localizar y hundir a los temidos submarinos nazis. Y si fueron tan relevantes, ¿no os resulta curioso el hecho de que en ningún combate naval de la Segunda Guerra Mundial encontremos involucrado un portaaviones alemán? Esta es la historia de sus portaaviones fantasma.

Las marinas de guerra de los principales países combatientes los utilizaron ampliamente, a excepción de la Alemania nazi, que disponía de una gigantesca maquinaria bélica y de importantes flotas de submarinos, acorazados, cruceros, destructores… pero no de portaaviones. Sin embargo, el Tercer Reich tenía planeado construir cuatro de estos buques, y casi llegó a terminar uno de ellos. Su nombre era el KMS Graf Zeppelin, y aunque fue botado en diciembre de 1938, no llegó a ser completado y, por supuesto, nunca entró en combate. Los continuos retrasos en la construcción, debidos fundamentalmente a las amargas y arrogantes disputas entre Herman Goering y la Marina de Guerra alemana (Kriegsmarine), condenaron finalmente la nave al fracaso.

Hitler había prometido antes de la guerra a la Kriegsmarine la construcción de cuatro portaaviones de 20.000 toneladas a través del ambicioso programa de construcciones navales denominado Plan Z, pero se encontró con la oposición directa del mariscal Hermann Goering, comandante en jefe de la Luftwaffe, a quien se le encargó el desarrollo de los aviones que operarían desde los portaaviones. Goering estaba resentido porque pensaba que este encargo le suponía una disminución de su autoridad como jefe de la fuerza aérea de su país, por lo que trató de retrasar, e incluso evitar, la construcción de los portaaviones, que además le parecían una prioridad absolutamente secundaria. La respuesta de Goering a su encargo fue ofrecer versiones rediseñadas y obsoletas del Junkers JU-87 (conocido como Stuka), así como versiones muy anteriores del Messerschmitt 109, que eran sustancialmente inferiores a los aviones usados por los aliados en sus portaaviones. Para asegurar aún más retraso en la terminación de la nave, Goering informó a Hitler que estos aviones no estarían listos hasta finales de 1944. Las tácticas de Goering finalmente consiguieron que la construcción del Graf Zeppelin fuera parada en 1943, y todos los recursos se dedicaron a la construcción de nuevos submarinos. El Graf Zeppelin quedó anclado en Stettin (actual Polonia) y, poco antes de que el Ejército Rojo tomara la ciudad, fue hundido por los alemanes para evitar su captura.

Finalizada la guerra, los rusos lo reflotaron y fue utilizado para el transporte a la Unión Soviética de equipos saqueados de las fábricas de Polonia y Alemania. Pero este nuevo trabajo resultó poco práctico, por lo que el 16 de agosto de 1947, y con el objetivo de proporcionar a los soviéticos experiencia en el hundimiento de portaaviones, se convirtió en blanco para hacer prácticas de tiro. Tras ser alcanzado por 24 bombas y proyectiles, el Graf Zeppelin aún se mantenía a flote. Finalmente tuvo que ser rematado con dos torpedos. Está hundido a casi 100 metros de profundidad.

Los portaaviones sin duda habrían proporcionado un apoyo y una cobertura aérea muy eficaz al resto de buques de la Marina de Guerra alemana, aumentando su potencial de destrucción de una manera considerable. Nunca llegaremos a saber si el resultado de batallas navales como el hundimiento de los acorazados Bismarck y Tirpitz hubiera sido distinto de haber estado apoyados por el protagonista de esta historia: el Graf Zeppelin, el único portaaviones nazi

Eso sí, los británicos también tuvieron su propio portaaviones «fantasma». En 1942 los submarinos de Hitler estaban arrasando los buques mercantes del océano Atlántico —de los que Gran Bretaña dependía para su supervivencia— así como los convoyes que transportaban material de guerra desde los Estados Unidos y Canadá hacia el Reino Unido. Fue entonces cuando surgió la excéntrica idea de construir un portaaviones un tanto especial y muy distinto a cualquier otro construido hasta el momento: sería insumergible e invulnerable, los torpedos y las bombas no lo dañarían puesto que se repararía fácilmente vertiendo agua en los agujeros y congelándola, y todo ello porque este gigantesco portaaviones estaría fabricado ¡con hielo! Enormes bloques de hielo seccionados del océano Ártico proporcionarían una plataforma perfecta para construir el portaaviones, que sería remolcado hacia el Atlántico y actuaría como una estación de reabastecimiento de combustible para los aviones, los cuales verían mejoradas notablemente sus condiciones para proteger a los vulnerables buques mercantes y apoyar a los aliados en la batalla del Atlántico y en sus planes para la liberación de Europa.

Para dar una idea de la magnitud del proyecto, el portaaviones estaría construido por 280.000 bloques de hielo dentro de una superestructura de madera con un complejo sistema de refrigeración, pesaría alrededor de dos millones de toneladas y en su superficie se construirían en varias plantas las pistas de aterrizaje, hangares y demás dotaciones que albergarían a cerca de 1.500 tripulantes. El faraónico buque sería capaz de transportar 200 Spitfire y 100 bombarderos Mosquito.

El proyecto, clasificado como Alto Secreto, se denominó Habakkuk. Fue ideado por un hombre con ideas adelantadas a su tiempo: Geoffrey Pyke, asesor científico de Louis Mountbatten, que en aquel momento era el Jefe de Operaciones Combinadas, una organización responsable de encontrar nuevas vías y caminos para ganar la guerra. Mountbatten creía firmemente en la ciencia, y sentía que ésta ayudaría a salvar a su país y a ganar la guerra. Sería sólo cuestión de tiempo que estos dos personajes se aliaran para intentar crear la máquina hecha por el hombre más grande jamás concebida. El entusiasmo de Mountbatten por el proyecto y la desesperación de Winston Churchill por encontrar una manera de ganar la guerra, hicieron que, tras un sorprendente breve periodo de tiempo, se decidiera la construcción del portaaviones de hielo.

A principios de 1943 dos investigadores estadounidenses perfeccionaron el proyecto al descubrir que si se añadía al agua helada una pequeña cantidad de pulpa de madera (serrín) no sólo se evitaban las grietas del hielo, sino que también se creaba un material mucho más resistente a los impactos de proyectiles y torpedos. Este nuevo material se bautizó con el nombre de Pykrete, en honor a Geoffrey Pyke. Así, en febrero de 1943 se inició en la superficie helada del Lago Patricia, en Canadá, la construcción —con bloques de hielo seccionados del propio lago— de un modelo a escala para probar la viabilidad de este plan, aparentemente descabellado. Sorprendentemente fue un éxito, pero los avances conseguidos mientras tanto para dotar de mayor autonomía a los aviones y el establecimiento de bases aéreas en Islandia hicieron que el gigantesco proyecto fuera abandonado por innecesario. En otoño de 1943 el modelo a escala del portaaviones de hielo fue desmantelado y enviado al fondo del Lago Patricia, y con él, el increíble y futurista proyecto Habakkuk.

Por cierto, el nombre elegido para el ambicioso proyecto, es decir, Habakkuk se corresponde con el nombre de un profeta hebreo de la Biblia que, de haberse llevado a cabo finalmente la construcción del portaaviones de hielo, habría visto cumplida la profecía que formuló en esta cita bíblica:

Mirad entre las naciones, y ved, y asombraos; porque haré una obra en vuestros días, que aun cuando se os contare, no la creeréis (Libro de Habacuc 1:5)

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